miércoles, 4 de marzo de 2015

Resumen histórico: España e Hispanoamérica en el siglo XIX
I. España
En el siglo XIX en España hubo una crisis general de las instituciones nacionales. La Revolución Francesa, la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia, aunque en un principio tendieron a unir a los múltiples grupos religiosos, políticos y sociales, dejaron como herencia una división aún más profunda que la que ya se percibía durante el siglo anterior.
En oposición a la transformación revolucionaria francesa, en España se defendió no sólo la religión católica, sino también la monarquía absolutista y el centralismo administrativo y político. Así, la historia del siglo XIX español se convirtió en una constante contienda entre un liberalismo ilustrado, centralista, frecuentemente agresivo y paternalista hacia un pueblo generalmente analfabeto, y un tradicionalismo absolutista y católico intransigente y mayoritario. Ambos grupos, dogmáticos, pretendieron imponer sus creencias al resto de la sociedad.
La herencia de la Guerra de Independencia
La guerra de la independencia en España duró varios años. Los contendientes, tanto guerrilleros o militares profesionales españoles como soldados ingleses o franceses, practicaron la táctica de la tierra quemada. La ganadería no recuperó jamás la importancia que había tenido en años anteriores y el comercio y la industria quedaron paralizados. A la mala situación de la economía interna se unió, agravándola, el principio de una depresión económica europea.
La guerra de independencia militarizó la sociedad española. La opinión pública organizada era inexistente. No había partidos políticos ni libertad de asociación o de prensa. El ejército y el clero eran las únicas fuerzas sociales organizadas. A diferencia de épocas anteriores y como consecuencia del carácter frecuentemente espontáneo y popular de la resistencia contra las fuerzas francesas, los mandos del ejército ya no eran exclusivamente nobles; muchos oficiales eran de origen modesto y el ejército les dio la oportunidad de ascenso social. Los oficiales formaron una especie de clase media instruida, a veces honesta, preocupada por modernizar el país pero en tensión constante con la oligarquía nobiliaria y clerical que trataba de mantenerla apartada de los asuntos de estado. Este carácter popular de la resistencia armada hizo que se multiplicaran los ataques sorpresa en las zonas más salvajes y montañosas de España. Así se consiguieron muchas victorias sobre las tropas francesas. Pero junto con guerrilleros y héroes populares, como Espoz y Mina, Juan Martín Díaz ("el Empecinado"), el cura Merino, famoso años después en las guerras carlistas, o José Palafox y Agustina de Aragón, muertos años más tarde en rebeliones contra Fernando VII, se mezclaban grupos de delincuentes, desertores y bandidos que se comportaban más como bandoleros que como soldados. Todos estos grupos o individuos, militares más o menos organizados, subsistieron y jugaron un importante papel en golpes de estado, aventuras políticas, guerras carlistas (ver abajo) y pronunciamientos militares que con la violencia o el chantaje de la violencia fueron reemplazando al poder civil a lo largo del siglo XIX.
Liberales (moderados o radicales) o absolutistas acudieron con frecuencia al ejército y a las bandas armadas para que impusieran sus reformas o suprimieran por la fuerza las impuestas por el bando contrario. Antiguos guerrilleros o generales como Riego, Espartero,O'Donell, Prim, y Narváez fueron dirigentes de ambos partidos, absolutistas o liberales más o menos moderados.
Estos hechos históricos produjeron las narraciones de guerrilleros populares y héroes nacionales de la Península, a las que se sumó la imaginación de los extranjeros que vieron en España una tierra cruel y bárbara, casi Oriental, en la que subsistía el pintoresquismo de la Edad Media y el folklore de gitanos, frailes, mendigos y delincuentes. Escritores y viajeros franceses como Chateaubriand, Victor Hugo,Teófile Gautier, Alejandro Dumas y Merimée contribuyeron a la imagen de una España romántica, más africana que europea, de instintos crueles y violentos, orgullosa y satisfecha de su pasado, su individualismo, su honor, independencia y libertad.
Fernando VII (1814-1833)
Entre 1820 y 1823, a la cabeza de una monarquía constitucional que le daba poderes restringidos pero reales como la aprobación de las leyes, Fernando VII apoyó a los absolutistas y se opuso constantemente a los liberales, pero evitó romper con ellos; cedió siempre hasta que la relación de fuerzas le fue nuevamente favorable. La tensión culminó en 1823, cuando el rey se negó a aceptar la supresión de las órdenes religiosas ordenada por las Cortes liberales. Hubo una reacción armada popular dirigida por absolutistas, guerrilleros y jefes de los ejércitos regulares. La sublevación absolutista fue primero controlada por las fuerzas liberales, pero las monarquías europeas, unidas en la Santa Alianza, mandaron un ejército que, unido a los absolutistas españoles, devolvió el poder a Fernando VII. Mediante la ayuda militar provista por la Santa Alianza, Fernando VII llevó a cabo una política absolutista que se radicalizó entre 1823 y 1833. Las llamadas Juntas de Fe condenaron a muerte a jefes y líderes liberales, y a guerrilleros como "el Empecinado" y Mariana Pineda.
Fernando VII tuvo sólo una hija, la princesa Isabel, nacida en 1830. La sucesión de mujeres al trono español era parte de la tradición política española, pero Felipe V en 1713 había proclamado la Ley Sálica española, que las excluía. Sin embargo Carlos IV en 1789 había restablecido la ley tradicional, aunque no la promulgó. A esta ley se acogió Fernando VII para proclamar heredera del trono a su hija Isabel. Carlos, hermano de Fernando VII, apoyándose en la vigencia de la Ley Sálica, también pretendía al trono. Así fue cómo, al morir Fernando VII en 1833, comenzaron las llamadas guerras carlistas. Por un lado estaba el liberalismo, más o menos radical, partidario de un régimen constitucional que al radicalizarse parecía minar el sistema monárquico. Este liberalismo centralizante con frecuencia se oponía a los fueros y privilegios de los antiguos reinos. Frente a ellos el carlismo representaba al tradicionalismo político y religioso cuyo lema era "rey, religión y fueros".
La regencia de María Cristina (1833-1843)
Al morir Fernando VII su hija Isabel, que tenía tres años, fue reconocida heredera bajo la regencia de su madre, la reina María Cristina. La reina confirmó en el cargo de la Secretaría de Estado a Francisco Cea Bermúdez, quien, aunque contrario a un gobierno constitucional, trató de realizar una política ecléctica alejada de extremismos liberales o absolutistas. Los carlistas exigían una vuelta a los privilegios y fueros regionales, desconfiaban de los nuevos ministros liberales y de su actitud contraria a la tradición política y religiosa de la mayoría del pueblo español, e insistían en los derechos a la corona del infante don Carlos. Frente a ellos los liberales insistían en que se proclamase una constitución liberal y ante la oposición de los carlistas a la heredera Isabel, se proclamaron ellos sus defensores, por lo que en esta contienda se los conocía también con el nombre de isabelinos o cristinos.
La primera Guerra Carlista se declaró pocos días después de la muerte de Fernando VII y se extendió rápidamente por las Provincias Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia. El general Espartero, un liberal progresista de familia humilde, consiguió poner fin a la guerra que decidió el futuro del régimen liberal. Así la primera guerra carlista, notable por el fanatismo y la crueldad de ambos bandos, terminó en 1839 con el Convenio Vergar. Espartero, nombrado duque de la Victoria, se hizo el hombre más popular de España, pero dejó sin solucionar el conflicto ideológico entre liberales y tradicionalistas. Hasta 1843 se sucedieron una serie de gobiernos ejercidos por Secretarios de Estado cada vez más liberales.
En 1835 el Secretario de Estado Juan Álvarez Mendizábal--un liberal radical--convocó las Cortes para solucionar los problemas económicos de la nación, y determinó la desamortización de los bienes de la Iglesia y la supresión de todas las órdenes religiosas. Todos sus bienes y propiedades pasaron al Estado, el cual decretó su venta. Pero sin un sistema de créditos que ayudara en la compra de las propiedades a los campesinos que las trabajaban, éstas terminaron siendo adquiridas a precios muy bajos por los propietarios ricos, quienes aumentaron sus latifundios. Aunque en algunos casos se mejoró la producción, la situación del campesino empeoró. Los nuevos propietarios, nobles o burgueses de clase media, apoyaron desde entonces incondicionalmente a los gobiernos liberales por temor a que uno tradicionalista declarase nulos los decretos de desamortización. Así se selló un pacto tácito entre la vieja aristocracia terrateniente y la nueva burguesía liberal. Muchos campesinos, alienados de las nuevas élites sociales, en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, se vieron empujados hacia el carlismo. En el Levante y el sur, otros campesinos se hicieron republicanos o adoptaron ideas nihilistas o anarquistas, y a veces trataron de recuperar por la fuerza lo que sentía que se les había quitado mediante la ocupación forzada de tierras.
En 1840 Espartero se opuso a una serie de medidas de la regente María Cristina y pasó a encabezar la oposición. Cuando milicianos y soldados se sublevaron en Barcelona y Madrid, Espartero, con el apoyo del ejército obligó a María Cristina a salir de España y las Cortes lo nombraron a él regente. La regencia del general Espartero duró dos años. Su proceder dictatorial le hizo muchos enemigos en el ejército y en el gobierno, entre liberales progresistas y moderados. Los republicanos, junto con la burguesía industrial, que lo acusaba de fomentar el librecambismo para favorecer a sus aliados ingleses, se unieron en 1843 alrededor de dos generales, Prim y Narváez, que se sublevaron y obligaron a Espartero a exiliarse en Inglaterra.
La mayoría de Isabel II (1843-1868)
Las Cortes declararon mayor de edad a Isabel, quien, tras jurar la Constitución, fue coronada como Isabel II. Tenía trece años de edad. El reinado de Isabel II fue tan inestable y difícil como había sido la regencia. Se agravaron las luchas entre progresistas y moderados y se hizo más clara la politización de los jefes del ejército, cuyos generales más distinguidos, Espartero primero, Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim después, dominaron la política española con su prestigio personal y con el poder que les daba su mando en el ejército. En estos años el liberalismo progresista fue adquiriendo un tono antimonárquico y republicano marcado.
Durante los veinticinco años que duró el reinado de Isabel II se sucedieron en el poder sesenta gobiernos. En 1846 se presentó el problema de la boda de Isabel II. Casi todas las cortes europeas ofrecieron su candidato y los tradicionalistas españoles propusieron al hijo de don Carlos, pero se eligió a Francisco de Asís, sobrino de Fernando VII. El año siguiente, en 1847, comenzó la Segunda Guerra Carlista (1847-1849), que tuvo importancia sólo en Cataluña, y que coincidió con la revolución de 1848 que puso fin al sistema monárquico en Francia.
En 1854 se inició el llamado bienio progresista, que se caracterizó por la lucha y rivalidad personal entre dos generales, Narváez y Prim. El mercantilismo de las clases dirigentes que amasaron grandes fortunas en la bolsa y en la especulación con los ferrocarriles alienó a la pequeña burguesía, que se agrupó alrededor del general Prim, un liberal progresista. Éste, opuesto a la política liberal moderada del general Narváez que había dominado hasta entonces, adquirió gran prestigio cuando puso fin a la guerra con el sultán de Marruecos con la conquista de Tetuán. Durante la guerra en África, los carlistas volvieron a sublevarse (1860) pero fueron rápidamente sometidos y el infante Don Carlos, hecho prisionero, compró su libertad con la renuncia a sus derechos al trono. Pero los generales partidarios de la monarquía parlamentaria no pudieron contener el avance del liberalismo progresista cada vez más antiisabelino y antimonárquico. En 1868 murió Narváez, gran defensor de Isabel. Otro grupo de generales, con Prim y Serrano a la cabeza, se sublevaron y obligaron a la reina y al príncipe Alfonso a salir de España. Con su destierro se inició en España el período conocido como la "revolución gloriosa de 1868".
El período de transición (1868-1874)
En un lapso de seis años, entre el destronamiento de Isabel II y la restauración de la dinastía en su hijo Alfonso XII, en España se sucedieron: la regencia del general Serrano y la promulgación de una nueva constitución; la monarquía constitucional de Amadeo de Saboya; la primera rebelión de Cuba; y la proclamación de una primera República Española que duró menos de un año.
En 1868, como reacción al mercantilismo, las malversaciones y la corrupción económica de las clases dirigentes, las ideas del krausismotuvieron gran aceptación, promovidas por una nueva generación de dirigentes en los que pusieron sus esperanzas todas las clases sociales que buscaban un cambio de conducta política. La pequeña y mediana burguesía buscaba una mayor participación del pueblo en la vida pública. Los obreros y campesinos soñaban con un mundo de hermandad en el que pudieran vivir mejor. Eran tiempos de utopías y optimismo.
Después de la revolución de 1868, las Cortes nombraron regente del reino al general Serrano, y al general Prim Jefe del Gobierno. En 1869 se votó una nueva Constitución, que fue la más avanzada promulgada hasta la fecha. En ella se concedía el poder legislativo exclusivamente a las Cortes, la elección de senadores era asignada a las provincias, se reconocía la libertad de cultos y el matrimonio civil. El gobierno del general Serrano, regente, debía elegir a un nuevo soberano. El general Prim consiguió que las cortes aceptaran como rey a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel, rey de Italia; pero la elección dejaba sin resolver la oposición tanto de los partidarios de Alfonso, como del partido carlista y del partido republicano, que se oponía a toda elección de heredero. A la situación interna se sumaba la política exterior, los problemas planteados por la guerra franco-prusiana, causada en parte por la candidatura al trono español del príncipe alemán Leopoldo de Hohenzollern, a la que se opuso enérgicamente Napoleón III.
En 1871, el mismo día que entraba en Madrid el nuevo rey Amadeo de Saboya, el general Prim fue asesinado en un atentado. Con su muerte, Amadeo perdió a su más importante defensor. Sin base política en el país, el nuevo monarca tuvo que aceptar una serie de cambios de gobierno que revelaban su incapacidad de dar continuidad a la vida política de la nación. Enseguida la mayoría de los partidos políticos, alfonsinos, carlistas, republicanos y aun liberales y católicos, declararon su oposición al rey extranjero.
En 1872 los carlistas empezaron otra guerra en las Provincias Vascongadas y Navarra; pero la paz con los carlistas firmada por el general Serrano no fue reconocida por los liberales radicales. En 1873 el rey Amadeo renunció al trono y enseguida el Congreso y el Senado reunidos en Asamblea Nacional proclamaron la Primera República.
La Primera República (1873-1874)
La armonía entre los partidos que habían votado contra la monarquía y a favor de una república duró muy poco. Mientras algunos liberales favorecían un sistema de federación de provincias y regiones, otros buscaban una unión centralizada. De momento consiguieron imponerse los federalistas con su jefe, Pi y Margall, como primer presidente de la República. Pero en los pocos meses que duró su presidencia el plan federalista degeneró en separatismo con los intentos de formación del Estado Catalán y un separatismo regional anárquico en que cada provincia propuso su plan de reformas sociales y económicas independientemente del gobierno. Ante la imposibilidad de mantener el orden fue elegido presidente Nicolás Salmerón, que tuvo que pedir poderes dictatoriales a las Cortes para combatir las sublevaciones regionales que se habían extendido por toda España, y a las tropas carlistas sublevadas en las Provincias Vascongadas a raíz de la abdicación del rey Amadeo. A Salmerón le sucedió en la presidencia a los pocos meses Emilio Castelar, que también tuvo que renunciar a los pocos meses. Durante el proceso de elección de un nuevo presidente el general Pavía, uno de los más prestigiosos jefes del ejército, disolvió por la fuerza la Asamblea. El ensayo de República había durado menos de un año.
La restauración de la monarquía
A continuación, bajo la presión del general Pavía, los jefes de los partidos se reunieron para formar un gobierno provisional bajo la presidencia del general Serrano. El nuevo gobierno disolvió las cortes republicanas, suspendió las garantías constitucionales y resolvió por la fuerza la guerra carlista y la sublevación de los republicanos regionalistas.
El desengaño producido por el desastre republicano y el cansancio monárquico con las guerras carlistas hicieron crecer el partido alfonsino, que estaba dirigido entonces por Cánovas del Castillo. Moderado, razonable y decidido, este autor de artículos de diario y varias obras literarias e históricas, fue el promotor más importante de una restauración política y civil de la monarquía. Sin embargo, el general Martínez Campos junto con los generales más influyentes del ejército, se negaron a esperar los resultados de un proceso parlamentario y se sublevaron en Sagunto (1874) proclamando la restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII, que tenía diecisiete años de edad.
Alfonso XII
El reinado de Alfonso XII (1875-1885) fue, comparado con la inestabilidad política de los años precedentes, un período de reconstrucción nacional, detenida por la muerte temprana del monarca cuando apenas tenía veintiocho años. Un suceso fundamental de este reinado fue la terminación de la Tercera Guerra Carlista. Había comenzado en 1872, extendiéndose en los años siguientes por las Provincias Vascongadas, Navarra y toda la región del Levante español. A principios del año 1875, el pretendiente Carlos cruzó la frontera francesa, terminando así la Guerra Carlista. Alfonso XII, tras una entrada triunfal en Madrid, ofreció amnistía general a los que habían luchado contra él. En ultramar, Alfonso XII puso fin a la guerra de Cuba, concertando con los rebeldes la Paz del Zanjón (1878), por la que concedía a Cuba las mismas condiciones políticas que disfrutaba la isla de Puerto Rico y la libertad de los esclavos.
En la esfera política el acontecimiento más importante fue la proclamación de la Constitución de 1876. Aunque más liberal que la de 1845, mantenía un tono moderado que pareció aceptable a todos menos a los carlistas y, por razones contrarias, a los más progresistas. En ella se reconocía la religión católica como la oficial del Estado, aunque se establecía la tolerancia religiosa, y se afirmaba que la potestad de aprobar leyes residía en las Cortes con el rey.
Durante la mayor parte del reinado de Alfonso XII la política española estuvo dirigida por Cánovas del Castillo, jefe del partido conservador. Éste dedicó todos sus esfuerzos a establecer un partido de oposición que ayudara en el gobierno. Producto de esta política fue la formación del partido fusionista, de carácter más liberal. Su jefe más notable fue Sagasta, quien durante su gobierno (1881-1883) adoptó medidas liberales por lo general bien recibidas. Al morir Alfonso XII en 1885, dejó dos hijas de su segunda esposa María Cristina de Habsburgo, que estaba además esperando un tercer hijo.
La Regencia (1885-1902)
Dada la ley que daba preferencia a los varones sobre las hembras en la sucesión al trono, se aplazó la declaración del heredero hasta el nacimiento del nuevo príncipe (Alfonso XIII). Por miedo a un retorno a las guerras dinásticas con los carlistas y a la revolución de los partidos republicanos opuestos a la monarquía, Cánovas del Castillo, liberal moderado, y Sagasta, cabeza de la oposición fusionista, se pusieron de acuerdo para un turno pacífico en el gobierno. Cánovas del Castillo dimitió reconociendo el ministerio de Sagasta; este sistema de turno pacífico se mantuvo durante casi toda la Regencia. No fue posible evitar las luchas políticas con los partidos republicanos, que intentaban apoderarse del gobierno, ni los desórdenes causados al aparecer en la vida política española los partidos regionalistas y socialistas. El mismo Cánovas del Castillo fue asesinado por un anarquista en 1897.
En la política exterior el acontecimiento más importante fue la segunda guerra de Cuba, que había empezado con la insurrección de José Martí en Cuba (1895) y de Andrés Bonifacio en las islas Filipinas. Defendiendo sus propios intereses en las Antillas, los Estados Unidos apoyaron a los rebeldes cubanos y en 1898 declararon la guerra a España después de la sospechosa explosión que hundió al barco Maineen la bahía de La Habana. Al ser destruida la escuadra española en las batallas de Cavite (Filipinas) y de Santiago de Cuba, España tuvo que aceptar el Tratado de París, por el que renunciaba a la soberanía de Cuba y, a cambio de 20 millones de dólares, cedía a los Estados Unidos las islas Filipinas, Guam y Puerto Rico. Con la derrota de 1898 se liquidaron los últimos restos de lo que había sido el imperio español de ultramar.
La "Generación del 98"

La pérdida de las últimas colonias provocó una profunda crisis en la cultura española. Un grupo de escritores conocidos como la Generación del 98 reaccionó investigando las causas del desastre y buscando fórmulas para una reconstrucción de España. Su producción se centró en la literatura, pero se dio también en el ensayo, la historia, la filosofía, la pintura y la ciencia.

Fuente: http://ccat.sas.upenn.edu/romance/spanish/219/10sigloxix/resumen.html

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