Resumen histórico: España e Hispanoamérica en el siglo
XIX
I. España
En el siglo XIX en España hubo una crisis general de
las instituciones nacionales. La Revolución Francesa , la invasión napoleónica y la Guerra de Independencia,
aunque en un principio tendieron a unir a los múltiples grupos religiosos,
políticos y sociales, dejaron como herencia una división aún más profunda que
la que ya se percibía durante el siglo anterior.
En oposición a la transformación revolucionaria
francesa, en España se defendió no sólo la religión católica, sino también la
monarquía absolutista y el centralismo administrativo y político. Así, la
historia del siglo XIX español se convirtió en una constante contienda entre un
liberalismo ilustrado, centralista, frecuentemente agresivo y paternalista
hacia un pueblo generalmente analfabeto, y un tradicionalismo absolutista y
católico intransigente y mayoritario. Ambos grupos, dogmáticos, pretendieron
imponer sus creencias al resto de la sociedad.
La herencia de la Guerra de Independencia
La guerra de la independencia en España duró varios
años. Los contendientes, tanto guerrilleros o militares profesionales españoles
como soldados ingleses o franceses, practicaron la táctica de la tierra
quemada. La ganadería no recuperó jamás la importancia que había tenido en años
anteriores y el comercio y la industria quedaron paralizados. A la mala
situación de la economía interna se unió, agravándola, el principio de una
depresión económica europea.
La guerra de independencia militarizó la sociedad
española. La opinión pública organizada era inexistente. No había partidos
políticos ni libertad de asociación o de prensa. El ejército y el clero eran
las únicas fuerzas sociales organizadas. A diferencia de épocas anteriores y
como consecuencia del carácter frecuentemente espontáneo y popular de la
resistencia contra las fuerzas francesas, los mandos del ejército ya no eran
exclusivamente nobles; muchos oficiales eran de origen modesto y el ejército
les dio la oportunidad de ascenso social. Los oficiales formaron una especie de
clase media instruida, a veces honesta, preocupada por modernizar el país pero
en tensión constante con la oligarquía nobiliaria y clerical que trataba de
mantenerla apartada de los asuntos de estado. Este carácter popular de la
resistencia armada hizo que se multiplicaran los ataques sorpresa en las zonas
más salvajes y montañosas de España. Así se consiguieron muchas victorias sobre
las tropas francesas. Pero junto con guerrilleros y héroes populares, como Espoz y Mina, Juan Martín Díaz ("el
Empecinado"), el cura Merino, famoso años después en las guerras
carlistas, o José Palafox y Agustina de Aragón, muertos años más tarde en
rebeliones contra Fernando VII, se mezclaban grupos de delincuentes, desertores
y bandidos que se comportaban más como bandoleros que como soldados. Todos
estos grupos o individuos, militares más o menos organizados, subsistieron y
jugaron un importante papel en golpes de estado, aventuras políticas, guerras
carlistas (ver abajo) y pronunciamientos militares que con la violencia o el
chantaje de la violencia fueron reemplazando al poder civil a lo largo del
siglo XIX.
Liberales (moderados o radicales) o absolutistas
acudieron con frecuencia al ejército y a las bandas armadas para que impusieran
sus reformas o suprimieran por la fuerza las impuestas por el bando contrario.
Antiguos guerrilleros o generales como Riego, Espartero,O'Donell, Prim, y
Narváez fueron dirigentes de ambos partidos, absolutistas o liberales más o
menos moderados.
Estos hechos históricos produjeron las narraciones
de guerrilleros populares y héroes nacionales de la Península , a las que se
sumó la imaginación de los extranjeros que vieron en España una tierra cruel y
bárbara, casi Oriental, en la que subsistía el pintoresquismo de la Edad Media y el
folklore de gitanos, frailes, mendigos y delincuentes. Escritores y viajeros
franceses como Chateaubriand, Victor Hugo,Teófile Gautier, Alejandro Dumas y Merimée contribuyeron a la imagen de una
España romántica, más africana que europea, de instintos crueles y
violentos, orgullosa y satisfecha de
su pasado, su individualismo, su honor, independencia y libertad.
Fernando VII (1814-1833)
Entre 1820 y 1823, a la cabeza de una monarquía
constitucional que le daba poderes restringidos pero reales como la aprobación
de las leyes, Fernando VII apoyó a los absolutistas y se opuso constantemente a
los liberales, pero evitó romper con ellos; cedió siempre hasta que la relación
de fuerzas le fue nuevamente favorable. La tensión culminó en 1823, cuando el
rey se negó a aceptar la supresión de las órdenes religiosas ordenada por las
Cortes liberales. Hubo una reacción armada popular dirigida por absolutistas,
guerrilleros y jefes de los ejércitos regulares. La sublevación absolutista fue
primero controlada por las fuerzas liberales, pero las monarquías europeas,
unidas en la Santa
Alianza , mandaron un ejército que, unido a los absolutistas españoles, devolvió
el poder a Fernando VII. Mediante la ayuda militar provista por la Santa Alianza , Fernando
VII llevó a cabo una política absolutista que se radicalizó entre 1823 y 1833.
Las llamadas Juntas de Fe condenaron a muerte a jefes y líderes liberales, y a
guerrilleros como "el Empecinado" y Mariana Pineda.
Fernando VII tuvo sólo una hija, la princesa Isabel,
nacida en 1830. La sucesión de mujeres al trono español era parte de la
tradición política española, pero Felipe V en 1713 había proclamado la Ley Sálica española,
que las excluía. Sin embargo Carlos IV en 1789 había restablecido la ley
tradicional, aunque no la promulgó. A esta ley se acogió Fernando VII para
proclamar heredera del trono a su hija Isabel. Carlos, hermano de Fernando VII,
apoyándose en la vigencia de la
Ley Sálica , también pretendía al trono. Así fue cómo, al
morir Fernando VII en 1833, comenzaron las llamadas guerras carlistas. Por un
lado estaba el liberalismo, más o menos radical, partidario de un régimen
constitucional que al radicalizarse parecía minar el sistema monárquico. Este
liberalismo centralizante con frecuencia se oponía a los fueros
y privilegios de los antiguos reinos. Frente a ellos el carlismo representaba
al tradicionalismo político y religioso cuyo lema era "rey, religión y
fueros".
La regencia de María Cristina (1833-1843)
Al morir Fernando VII su hija Isabel, que tenía tres
años, fue reconocida heredera bajo la regencia de su madre, la reina María
Cristina. La reina confirmó en el cargo de la Secretaría de Estado a
Francisco Cea Bermúdez, quien, aunque contrario a un
gobierno constitucional, trató de realizar una política ecléctica alejada de
extremismos liberales o absolutistas. Los carlistas exigían una vuelta a los
privilegios y fueros regionales, desconfiaban de los nuevos ministros liberales
y de su actitud contraria a la tradición política y religiosa de la mayoría del
pueblo español, e insistían en los derechos a la corona del infante don Carlos.
Frente a ellos los liberales insistían en que se proclamase una constitución
liberal y ante la oposición de los carlistas a la heredera Isabel, se
proclamaron ellos sus defensores, por lo que en esta contienda se los conocía
también con el nombre de isabelinos o cristinos.
La primera Guerra Carlista se declaró pocos días
después de la muerte de Fernando VII y se extendió rápidamente por las
Provincias Vascongadas, Navarra, Aragón, Cataluña y Valencia. El general
Espartero, un liberal progresista de familia humilde, consiguió poner fin a la
guerra que decidió el futuro del régimen liberal. Así la primera guerra
carlista, notable por el fanatismo y la crueldad de ambos bandos, terminó en
1839 con el Convenio Vergar. Espartero, nombrado duque de la Victoria , se hizo el
hombre más popular de España, pero dejó sin solucionar el conflicto ideológico
entre liberales y tradicionalistas. Hasta 1843 se sucedieron una serie de gobiernos
ejercidos por Secretarios de Estado cada vez más liberales.
En 1835 el Secretario de Estado Juan Álvarez
Mendizábal--un liberal radical--convocó las Cortes para solucionar los
problemas económicos de la nación, y determinó la desamortización de los bienes
de la Iglesia
y la supresión de todas las órdenes religiosas. Todos sus bienes y propiedades
pasaron al Estado, el cual decretó su venta. Pero sin un sistema de créditos
que ayudara en la compra de las propiedades a los campesinos que las trabajaban,
éstas terminaron siendo adquiridas a precios muy bajos por los propietarios
ricos, quienes aumentaron sus latifundios. Aunque en algunos casos se mejoró la
producción, la situación del campesino empeoró. Los nuevos propietarios, nobles
o burgueses de clase media, apoyaron desde entonces incondicionalmente a los
gobiernos liberales por temor a que uno tradicionalista declarase nulos los
decretos de desamortización. Así se selló un pacto tácito entre la vieja
aristocracia terrateniente y la nueva burguesía liberal. Muchos campesinos,
alienados de las nuevas élites sociales,
en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña, se vieron empujados hacia el
carlismo. En el Levante y el sur, otros campesinos se hicieron republicanos o
adoptaron ideas nihilistas o anarquistas, y a veces trataron de recuperar por
la fuerza lo que sentía que se les había quitado mediante la ocupación forzada
de tierras.
En 1840 Espartero se opuso a una serie de medidas de
la regente María Cristina y pasó a encabezar la oposición. Cuando milicianos y
soldados se sublevaron en Barcelona y Madrid, Espartero, con el apoyo del
ejército obligó a María Cristina a salir de España y las Cortes lo nombraron a
él regente. La regencia del general Espartero duró dos años. Su proceder
dictatorial le hizo muchos enemigos en el ejército y en el gobierno, entre
liberales progresistas y moderados. Los republicanos, junto con la burguesía
industrial, que lo acusaba de fomentar el librecambismo para favorecer a sus
aliados ingleses, se unieron en 1843 alrededor de dos generales, Prim y Narváez, que se sublevaron y
obligaron a Espartero a exiliarse en Inglaterra.
La mayoría de Isabel II (1843-1868)
Las Cortes declararon mayor de edad a Isabel, quien,
tras jurar la
Constitución , fue coronada como Isabel II. Tenía trece años
de edad. El reinado de Isabel II fue tan inestable y difícil como había sido la
regencia. Se agravaron las luchas entre progresistas y moderados y se hizo más
clara la politización de los jefes del ejército, cuyos generales más
distinguidos, Espartero primero, Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim después,
dominaron la política española con su prestigio personal y con el poder que les
daba su mando en el ejército. En estos años el liberalismo progresista fue
adquiriendo un tono antimonárquico y republicano marcado.
Durante los veinticinco años que duró el reinado de
Isabel II se sucedieron en el poder sesenta gobiernos. En 1846 se presentó el
problema de la boda de Isabel II. Casi todas las cortes europeas ofrecieron su
candidato y los tradicionalistas españoles propusieron al hijo de don Carlos,
pero se eligió a Francisco de Asís, sobrino de Fernando VII. El año siguiente,
en 1847, comenzó la
Segunda Guerra Carlista (1847-1849), que tuvo importancia
sólo en Cataluña, y que coincidió con la revolución de 1848 que puso fin al
sistema monárquico en Francia.
En 1854 se inició el llamado bienio progresista, que
se caracterizó por la lucha y rivalidad personal entre dos generales, Narváez y
Prim. El mercantilismo de las clases dirigentes que amasaron grandes fortunas
en la bolsa y en la especulación con los ferrocarriles alienó a la pequeña
burguesía, que se agrupó alrededor del general Prim, un
liberal progresista. Éste, opuesto a la política liberal moderada del general
Narváez que había dominado hasta entonces, adquirió gran prestigio cuando puso
fin a la guerra con el sultán de Marruecos con la conquista de Tetuán. Durante
la guerra en África, los carlistas volvieron a sublevarse (1860) pero fueron
rápidamente sometidos y el infante Don Carlos, hecho prisionero, compró su
libertad con la renuncia a sus derechos al trono. Pero los generales
partidarios de la monarquía parlamentaria no pudieron contener el avance del
liberalismo progresista cada vez más antiisabelino y
antimonárquico. En 1868 murió Narváez, gran defensor de Isabel. Otro grupo de
generales, con Prim y
Serrano a la cabeza, se sublevaron y obligaron a la reina y al príncipe Alfonso
a salir de España. Con su destierro se inició en España el período conocido
como la "revolución gloriosa de 1868".
El período de transición (1868-1874)
En un lapso de seis años, entre el destronamiento de
Isabel II y la restauración de la dinastía en su hijo Alfonso XII, en España se
sucedieron: la regencia del general Serrano y la promulgación de una nueva
constitución; la monarquía constitucional de Amadeo de Saboya; la primera
rebelión de Cuba; y la proclamación de una primera República Española que duró
menos de un año.
En 1868, como reacción al mercantilismo, las
malversaciones y la corrupción económica de las clases dirigentes, las ideas
del krausismotuvieron
gran aceptación, promovidas por una nueva generación de dirigentes en los que
pusieron sus esperanzas todas las clases sociales que buscaban un cambio de
conducta política. La pequeña y mediana burguesía buscaba una mayor
participación del pueblo en la vida pública. Los obreros y campesinos soñaban
con un mundo de hermandad en el que pudieran vivir mejor. Eran tiempos de
utopías y optimismo.
Después de la revolución de 1868, las Cortes
nombraron regente del reino al general Serrano, y al general Prim Jefe del Gobierno. En 1869 se votó una
nueva Constitución, que fue la más avanzada promulgada hasta la fecha. En ella
se concedía el poder legislativo exclusivamente a las Cortes, la elección de
senadores era asignada a las provincias, se reconocía la libertad de cultos y
el matrimonio civil. El gobierno del general Serrano, regente, debía elegir a
un nuevo soberano. El general Prim consiguió
que las cortes aceptaran como rey a Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel,
rey de Italia; pero la elección dejaba sin resolver la oposición tanto de los
partidarios de Alfonso, como del partido carlista y del partido republicano,
que se oponía a toda elección de heredero. A la situación interna se sumaba la
política exterior, los problemas planteados por la guerra franco-prusiana,
causada en parte por la candidatura al trono español del príncipe alemán
Leopoldo de Hohenzollern,
a la que se opuso enérgicamente Napoleón III.
En 1871, el mismo día que entraba en Madrid el nuevo
rey Amadeo de Saboya, el general Prim fue
asesinado en un atentado. Con su muerte, Amadeo perdió a su más importante
defensor. Sin base política en el país, el nuevo monarca tuvo que aceptar una
serie de cambios de gobierno que revelaban su incapacidad de dar continuidad a
la vida política de la nación. Enseguida la mayoría de los partidos políticos,
alfonsinos, carlistas, republicanos y aun liberales y católicos, declararon su
oposición al rey extranjero.
En 1872 los carlistas empezaron otra guerra en las
Provincias Vascongadas y Navarra; pero la paz con los carlistas firmada por el
general Serrano no fue reconocida por los liberales radicales. En 1873 el rey
Amadeo renunció al trono y enseguida el Congreso y el Senado reunidos en
Asamblea Nacional proclamaron la Primera República.
La armonía entre los partidos que habían votado
contra la monarquía y a favor de una república duró muy poco. Mientras algunos
liberales favorecían un sistema de federación de provincias y regiones, otros
buscaban una unión centralizada. De momento consiguieron imponerse los
federalistas con su jefe, Pi y Margall,
como primer presidente de la
República. Pero en los pocos meses que duró su presidencia el
plan federalista degeneró en separatismo con los intentos de formación del
Estado Catalán y un separatismo regional anárquico en que cada provincia
propuso su plan de reformas sociales y económicas independientemente del
gobierno. Ante la imposibilidad de mantener el orden fue elegido presidente
Nicolás Salmerón, que tuvo que pedir poderes dictatoriales a las Cortes para
combatir las sublevaciones regionales que se habían extendido por toda España,
y a las tropas carlistas sublevadas en las Provincias Vascongadas a raíz de la
abdicación del rey Amadeo. A Salmerón le sucedió en la presidencia a los pocos
meses Emilio Castelar,
que también tuvo que renunciar a los pocos meses. Durante el proceso de
elección de un nuevo presidente el general Pavía, uno de los más prestigiosos
jefes del ejército, disolvió por la fuerza la Asamblea. El ensayo
de República había durado menos de un año.
La restauración de la monarquía
A continuación, bajo la presión del general Pavía,
los jefes de los partidos se reunieron para formar un gobierno provisional bajo
la presidencia del general Serrano. El nuevo gobierno disolvió las cortes
republicanas, suspendió las garantías constitucionales y resolvió por la fuerza
la guerra carlista y la sublevación de los republicanos regionalistas.
El desengaño producido por el desastre republicano y
el cansancio monárquico con las guerras carlistas hicieron crecer el partido
alfonsino, que estaba dirigido entonces por Cánovas del
Castillo. Moderado, razonable y decidido, este autor de artículos de diario y
varias obras literarias e históricas, fue el promotor más importante de una
restauración política y civil de la monarquía. Sin embargo, el general Martínez
Campos junto con los generales más influyentes del ejército, se negaron a
esperar los resultados de un proceso parlamentario y se sublevaron en Sagunto (1874) proclamando la restauración de
la monarquía en la persona de Alfonso XII, que tenía diecisiete años de edad.
Alfonso XII
El reinado de Alfonso XII (1875-1885) fue, comparado
con la inestabilidad política de los años precedentes, un período de
reconstrucción nacional, detenida por la muerte temprana del monarca cuando
apenas tenía veintiocho años. Un suceso fundamental de este reinado fue la
terminación de la
Tercera Guerra Carlista. Había comenzado en 1872,
extendiéndose en los años siguientes por las Provincias Vascongadas, Navarra y
toda la región del Levante español. A principios del año 1875, el pretendiente
Carlos cruzó la frontera francesa, terminando así la Guerra Carlista.
Alfonso XII, tras una entrada triunfal en Madrid, ofreció amnistía general a
los que habían luchado contra él. En ultramar, Alfonso XII puso fin a la guerra
de Cuba, concertando con los rebeldes la
Paz del Zanjón (1878), por la que concedía a Cuba las mismas
condiciones políticas que disfrutaba la isla de Puerto Rico y la libertad de
los esclavos.
En la esfera política el acontecimiento más
importante fue la proclamación de la Constitución de 1876. Aunque más liberal que la
de 1845, mantenía un tono moderado que pareció aceptable a todos menos a los
carlistas y, por razones contrarias, a los más progresistas. En ella se
reconocía la religión católica como la oficial del Estado, aunque se establecía
la tolerancia religiosa, y se afirmaba que la potestad de aprobar leyes residía
en las Cortes con el rey.
Durante la mayor parte del reinado de Alfonso XII la
política española estuvo dirigida por Cánovas del
Castillo, jefe del partido conservador. Éste dedicó todos sus esfuerzos a
establecer un partido de oposición que ayudara en el gobierno. Producto de esta
política fue la formación del partido fusionista, de carácter más liberal. Su
jefe más notable fue Sagasta, quien durante su gobierno (1881-1883) adoptó
medidas liberales por lo general bien recibidas. Al morir Alfonso XII en 1885,
dejó dos hijas de su segunda esposa María Cristina de Habsburgo,
que estaba además esperando un tercer hijo.
Dada la ley que daba preferencia a los varones sobre
las hembras en la sucesión al trono, se aplazó la declaración del heredero
hasta el nacimiento del nuevo príncipe (Alfonso XIII). Por miedo a un retorno a
las guerras dinásticas con los carlistas y a la revolución de los partidos
republicanos opuestos a la monarquía, Cánovas del
Castillo, liberal moderado, y Sagasta, cabeza de la oposición fusionista, se pusieron de
acuerdo para un turno pacífico en el gobierno. Cánovas del Castillo dimitió reconociendo el
ministerio de Sagasta;
este sistema de turno pacífico se mantuvo durante casi toda la Regencia. No fue
posible evitar las luchas políticas con los partidos republicanos, que
intentaban apoderarse del gobierno, ni los desórdenes causados al aparecer en
la vida política española los partidos regionalistas y socialistas. El mismo Cánovas del Castillo fue asesinado por un
anarquista en 1897.
En la política exterior el acontecimiento más
importante fue la segunda guerra de Cuba, que había empezado con la
insurrección de José Martí en Cuba (1895) y de Andrés Bonifacio en las islas
Filipinas. Defendiendo sus propios intereses en las Antillas, los Estados
Unidos apoyaron a los rebeldes cubanos y en 1898 declararon la guerra a España
después de la sospechosa explosión que hundió al barco Maineen la
bahía de La Habana. Al
ser destruida la escuadra española en las batallas de Cavite (Filipinas) y de Santiago de Cuba,
España tuvo que aceptar el Tratado de París, por el que renunciaba a la
soberanía de Cuba y, a cambio de 20 millones de dólares, cedía a los Estados
Unidos las islas Filipinas, Guam y Puerto
Rico. Con la derrota de 1898 se liquidaron los últimos restos de lo que había
sido el imperio español de ultramar.
La "Generación del 98"
La pérdida de las últimas colonias provocó una
profunda crisis en la cultura española. Un grupo de escritores conocidos como la Generación del 98 reaccionó investigando las causas del
desastre y buscando fórmulas para una reconstrucción de España. Su producción
se centró en la literatura, pero se dio también en el ensayo, la historia, la
filosofía, la pintura y la ciencia.
Fuente: http://ccat.sas.upenn.edu/romance/spanish/219/10sigloxix/resumen.html
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