El ROMANTICISMO
El Romanticismo es una
revolución artística, política, social e ideológica de gran importancia que fue
germen de muchos principios considerado hoy fundamentales e irrenunciables: la
libertad, el individualismo, la democracia o el nacionalismo.
El movimiento nace en Alemania
e Inglaterra y se extiende por toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX.
A España llega con cierto retraso desarrollándose en el segundo tercio de este
siglo, cuando inicia su decadencia ya en otros países.
El Romanticismo supone la
ruptura con la tradición y el orden anterior, cuyos valores culturales y
sociales son abolidos en nombre de una libertad auténtica. Se proyecta en todas
las artes y construye la esencia de la Modernidad, proclama una actitud ante la
vida que exalta el yo frente a cualquier otro valor o precepto y ese
individualismo exige una libertad sin límites.
El movimiento romántico hereda
los principios de Ilustración, que completa y supera. La Ilustración en su
camino hacia la felicidad, concede al hombre el poder de dominar la ciencia y
conquistar la naturaleza para conseguir tal fin, pero impone límites al
conocimiento, la racionalidad, y desdeña aquello que los sentidos no pueden
explicar.
El hombre romántico supera ese
horizonte y entiende de la esencia de lo humano rebasa de la esfera de lo racional, recupera lo emocional y
rechaza la separación entre razón y sentimiento, y entre realidad e irrealidad.
Los románticos aspiran a
alcanzar un ideal: lo eterno lo absoluto, pero su búsqueda se ve obstaculizada
por la irrupción de la cruda realidad. Es ese baño de realidad lo que provoca
su desengaño y el sentimentalismo enfermizo que se llamó “mal del siglo”.
Unos de los rasgos capitales
del Romanticismo es su espíritu individualista, esto es la valoración exagerada
de la propia personalidad. El culto que rinde al yo se constituye el máximo
objetivo de la vida espiritual, pero el yo románico rechaza ser sólo una pieza
más de una pieza más del engranaje de la naturaleza, por eso subraya la facultad
creadora de cada individualidad capaz de transformar en el mundo natural.
El término “crear” pasa a
significar aproximación a la verdad, a la última dimensión del ser. El romántico
transforma el instinto en arte y el inconsciente en saber. Pero la
realidad sólo es percibida en términos
de aceptación o rechazo en función de la forma que coincide o no con la propia
subjetividad. El individuo arrastrado por las imágenes que él mismo ha creado
en su interior descubre la realidad no
responde a sus ilusiones y se revela violentamente contra todas las normas
morales, sociales, políticas o religiosas, que provocan esa disfunción. Se
concreta este aspecto en el recurso a temas relacionados con la
frustración vital como es el amor no
correspondido, la soledad, la tristeza, la nostalgia, la melancolía o la
desesperación; cuestiones que se resuelven a menudo en manifestaciones y
actitudes de rebeldía frente a la sociedad burguesa que califica de mediocre e
insensible, exaltando y embelleciendo
aquellos de sus componentes que son consecuencia de la maldad social.
Esto es sujetos marginales o cuestionables como son los mendigos, los
delincuentes o los piratas.
Así el héroe romántico
responde a la configuración byroniana de apasionado, orgulloso, enamorado,
perseguido por la fatalidad, escéptico, caballeroso y noble. Mientras que el
antihéroe es taimado, cruel, frío e insensible.
El hombre romántico se
caracteriza también por su aislamiento y soledad, es otra consecuencia del
individualismo que marca de tal forma conciencia y personalidad que aísla al
individuo de sus semejantes derivándo, en ciertos casos, hacia estadios de
consciencia que elevan los sentimientos a las más altas cotas de percepción.
La desgracia, la felicidad o
infelicidad que siente quien las manifiesta son las mayores que puede
experimentar cualquier ser humano. Esta es la razón por la cual, el yo del artista pasa a ocupar
el primer plano de la creación, el individualismo romántico se encuentra en el
origen de otros aspectos que también caracterizan el movimiento, la protesta
contra las trabas que cohíben su espíritu deriva en el ansia de libertad que refleja en cualquier manifestación
artística social, política o económica que emprenden.
Los románticos rechazan el
culto a lo racional que han heredado de los ilustrados conceden prioridad
absoluta a las emociones, los sueños o las fantasías y aceptan como fuente de
conocimiento a la intuición, la imaginación y el instinto.
La fuerza de la pasión supera,
en definitiva, a la fuerza de la razón. Sus temas preferidos están relacionados
con lo sobrenatural, la magia y el misterio que proporciona una vía de escape
de la realidad actual y local, que incomoda a la artista, les permite evadirse
a remotos tiempos pasados y a lejanos escenarios de Oriente cargados de
detalles imaginarios y de personajes misteriosos, los cuentos de Andersen, de
los hermanos Grimm o de Hoffmann son un claro paradigma de ellos.
Buscan desesperadamente la
perfección absoluta pero son víctimas del destino y de la naturaleza que no
justifican jamás sus actos, de ahí los anhelos
insatisfechos que derivan en su frustración e infelicidad. En ese mundo
soñado prevalecen unos ideales que marcan el rumbo de sus vidas: humanidad,
patria, femineidad, filantropía y un toque de misticismo.
El romántico se obsesiona por
conocer las raíces de su historia,
inventa la idea de "pueblo" entendido como
una entidad espiritual a la que
pertenecen individuos concretos que comparten una serie de características
comunes: lenguas, costumbres y folclore, de ahí la revitalización de las
leyendas y tradiciones locales.
ROMANTICISMO EN ESPAÑA
El movimiento romántico en
España se encuentra vinculado en la evolución histórica que sigue a la caída de
Napoleón y a la desaparición del gobierno impuesto en la península Ibérica por las
tropas napoleónicas.
El retorno de Fernando VII,
que supone la vuelta del absolutismo monárquico, provoca el exilio de políticos e intelectuales
liberales que regresaran sobrevenida su muerte en 1833.
Los años gloriosos del
romanticismo en España abarcan el periodo comprendido entre el 1834-1844. Se
suele afirmar que se inicia con La conjuración
de Venecia de Martínez de la Rosa y que termina con Don Juan Tenorio de Zorrilla.
Dentro de la generación
romántica española se pueden diferenciar varias tendencias en ocasiones
contradictorias, junto a los precursores o prerrománticos Alcalá Galiano y
Blanco White se puede hablar de un romanticismo tradicional que defiende los
valores más antiguos de la Iglesia y del Estado encarnadas en las figuras de Martínez de la Rosa, el Duque de Rivas y
José Zorrilla; y de un romanticismo revolucionario o liberal, belicoso con el orden establecido que reclama
derechos para el individuo frente a la sociedad y a las leyes; es tal vez, José
Espronceda su máximo exponente. Junto a ellos aparece una tendencia
especialmente costumbrista en la que se suele cuadrar a Mesonero Romanos y que
parte de la producción periodística de Mariano José de Larra, otros nombres de indudable
fuerza en nuestra literatura son Bretón de los Herreros, Gustavo Adolfo Bécquer
o Rosalía de Castro que personalizan el romanticismo tardío español que llega
al cenit de su edad de oro cuando ve la luz Don
Juan Tenorio de José Zorilla en
1844.
La poesía es el género
preferido por el escritor romántico que
ansía desesperadamente exteriorizar de manera precisa su pasión y su fantasía,
ella pone en manos del autor la herramienta ideal para dejar constancia de su
poca subjetividad, su pesimismo y su melancolía. Muestra siempre un tono
exaltado y apasionado con abundancia de apóstrofes, vocativos y oraciones
exclamativas.
Dentro de la prosa desarrollan
la novela histórica y la leyenda para recrear el mundo del pasado, especialmente el de la Edad Media. Tienen
como modelo el autor inglés Walter Scott.
Los artículos de costumbre, construidos
como relatos breves, muestran las formas de vida del pueblo en un estilo donde
predomina lo descriptivo y lo anecdótico.
Los argumentos teatrales están
llenos de amores imposibles que
concluyen en duelos, el héroe choca contra la estructura social conservadora y
lucha por su propia felicidad; los personajes siempre son seres misteriosos y
marginales. Desatienden las unidades clásicas de tiempo, lugar y acción. No hay
separación tampoco entre tragedia y comedia, y se utiliza el verso solo o en
combinación con el diálogo en prosa.
El movimiento romántico como
tal desapareció con el siglo XIX pero muchas actitudes románticas siguen
estando vigentes, aunque la connotación término romántico haya evolucionado. El
deseo de libertad individual conduce la actividad humana en todas sus
manifestaciones sociales, culturales o económicas alcanzando e incluso a la palabra, a la religión y a la educación.
La libertad de expresión es hoy una bandera irrenunciable, como lo es la
libertad de pensamiento de culto o educación.
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